La familia es uno de nuestros ámbitos de relación más cercano. Tiene un doble aspecto. Por un lado, es un soporte emocional importante y, por otro, puede ser origen de fuertes contradicciones. En ambos casos, su influencia sobre el estado psicológico de las personas es decisiva. Indagaremos un poco en la compleja relación que hay entre familia y psicología.
En su libro “El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado”, Frederic Engels da a entender que la familia es la célula básica de la sociedad. La base sobre la que se construye una superestructura más compleja, y en la que se repiten y educan en valores y relaciones que se dan en el conjunto de la sociedad.
Los profesionales del Centro de Psicología Animus, un gabinete de psicólogos y psicoterapeutas con sede en el barrio madrileño de Barajas, cuentan que no son pocos los casos en los que hay que inmiscuir a la familia al completo en los tratamientos y terapias para abordar posibles problemas que hayan podido surgir.
Y es que cuando un miembro de la familia pasa por un bache psicológico, el resto del grupo se ve afectado, aunque no lo quiera, o no sea consciente de ello.
Maite cayó en una depresión, cuando en un periodo corto de su vida tuvo que cerrar su negocio aquejado por las deudas, su pareja le abandonó y perdió el contacto con su grupo de amigos. La ayuda que le brindó su familia fue determinante para salir de aquella situación.
En Xavi, por otro lado, la actitud sobre-protectora de su madre, algo autoritaria, unido a la complacencia del padre y a la apatía de sus hermanos, está en la base de su inseguridad. La cual le lleva a atravesar episodios de ansiedad cuando tiene que tomar una decisión importante.
Tanto en lo bueno, como en lo malo, vamos a ver la influencia que tiene la familia en el desarrollo psicológico de la persona.
Diferentes tipos de familia.
En los últimos tiempos hemos visto como la familia tradicional convive con otros tipos de familia novedosos y diferentes.
La familia tradicional tenía un fuerte sesgo patriarcal. El padre era el encargado de sostener económicamente a la familia y tenía la última palabra, representaba la autoridad. Junto a él, la madre se preocupaba del cuidado de todos los miembros y de la educación de los menores. En cierto modo, estaba supeditada al hombre, pero su función era indispensable para que el modelo se repitiera generación tras generación.
La evolución de la sociedad ha dado paso a la aceptación de la familia monoparental. Ya no es una pareja la que se encarga de la dirección de la familia. Esta responsabilidad recae en un individuo, generalmente la mujer. Ella debe hacer el rol de padre y de madre al mismo tiempo. Este tipo de familia también se daba antes, madres solteras, viudas; pero no estaba admitida socialmente. La mujer se veía presionada a buscar un nuevo padre para sus hijos.
En las últimas décadas, han surgido las familias formadas por parejas de un mismo sexo, hombres o mujeres, que se deciden a criar a sus hijos. Aquí los roles dentro de la familia no están asignados por el género del individuo. Con frecuencia se da una relación más igualitaria y democrática que en la pareja tradicional, pero deben enfrentarse al estigma social. Aunque este tipo de familias haya aumentado en número y la sociedad en su conjunto parezca más tolerante, aún hay grupos sociales numerosos que ven este tipo de familia como algo antinatural.
Además de esto, existen más condicionantes: hijos adoptados, hijos aportados por uno de los miembros de la pareja, procedente de una familia anterior, custodias compartidas en familias divorciadas… Es decir, una variedad más amplia de entornos familiares.
El ambiente familiar.
La revista digital La Mente es Maravillosa sostiene que el ambiente familiar es un factor determinante en el desarrollo psicológico de un individuo. En concreto, las relaciones y dinámica familiar que se vive en la infancia. En ello inciden tres fenómenos concretos:
- Vínculo de apego.
Es el vínculo que se establece entre padres e hijos cuando estos son pequeños. Este apego puede convertirse en un factor de riesgo o de protección. Para apreciar su efecto es importante concebirlo desde el punto desde el punto de vista en el que lo entienden los hijos, no desde el que lo conciben los padres. Algo que en ocasiones difiere.
Si un niño valora que tiene todas sus necesidades cubiertas en el ámbito familiar, no solo las materiales, sino también las emocionales, esto influirá en una mayor seguridad a la hora de encarrilar su vida.
Si, por el contrario, ha crecido en un ambiente en el que han sido víctimas de negligencias o de carencias, esto puede funcionar como agentes disparadores de trastornos emocionales y psicológicos.
- Modelado.
El ambiente familiar, incluida la relación de pareja de los padres, es el primer referente de relación social que tiene un niño. Esto va a influir en su desarrollo posterior. Podemos comprobar empíricamente como los hijos de maltratadores o de personas violentas, tienden a reproducir este comportamiento de adultos, aunque lo rechazaran de niños. No podemos decir que es una ley exacta, que se cumple en todos los casos, pero es un factor que existe.
- Experiencias vitales.
Hay acontecimientos en la vida de un niño que pueden desencadenar la aparición de un trastorno psicológico, bien en ese momento, o incubarse para aflorar más tarde. Es, por ejemplo, la pérdida de un ser querido o haber sufrido algún tipo de maltrato o de abuso en el seno de la familia. Estas experiencias pueden marcar el desarrollo de su carácter o influir en la forma en la que el individuo se relaciona con los demás.
Influencia genética.
Los estudios realizados por el Instituto Nacional de Salud Mental (N.I.M.H.), un reputado instituto norteamericano, han descubierto que muchos trastornos psicológicos son causados por una combinación de factores ambientales, biológicos y genéticos.
Este componente genético es un elemento que se escapa a nuestro control, pero que existe. Se sabe, por ejemplo, que una persona que tiene antecedentes familiares de antepasados que han padecido depresión, son más propensos a sufrir episodios depresivos que aquellos que no lo tienen.
En la mayoría de los casos no es un factor determinante. Es decir, no es definitivo. Pero esa predisposición está ahí. Determinados aspectos del carácter de una persona están influenciados por su formación genética. Durante el transcurso de su vida, con las experiencias vividas y la posición que ha adoptado ante ellas, irán configurando su forma de ser.
Muchos psiquiatras suelen tener en cuenta el historial familiar de un paciente antes de tratarlo. Esta tendencia se está extendiendo cada vez más entre los psicólogos. Debemos partir, en todo momento, que la psicología de una persona no está determinada genéticamente. Si fuera así, no se podría tratar. Pero es un elemento que hay que tener en cuenta.
Las relaciones de poder en la familia.
En las familias se establecen luchas de poder que afectan a la psiquis de las personas. Todos conocemos la figura histórica de Juana “La Loca”. No se puede afirmar categóricamente que la hija de los reyes católicos estuviera desequilibrada mentalmente. Lo que sí nos descubre la historia es como su padre Fernando “El Católico”, su marido Felipe “El Hermoso” y su hijo Carlos V, la utilizaron en distintos momentos para hacer valer sus intereses de poder.
Los tres hombres más importantes de su vida utilizaban a Juana como una moneda de cambio. Esto puede crear fuertes contradicciones en la mente de cualquier persona. ¿Es un ser querido o meramente una pieza de ajedrez?
Las relaciones de poder en una familia existen. Se hacen más palpables en la época de la adolescencia. En esta etapa vital, en la que la persona está buscando como encajar en el mundo, encuentra en los padres un freno que le impide desarrollarse.
Los padres ven como sus hijos están ansiosos de experimentar y les ponen límites a sus acciones y decisiones. Una mala gestión de esta relación puede desencadenar situaciones desagradables: Ataques de ira, baja autoestima, excesiva preocupación, etc.
El antagonismo de estas situaciones afecta tanto a padres como a hijos. Hijos que no se ven queridos o valorados. Padres que se sienten impotentes porque no pueden llevar a sus hijos por el camino que les gustaría.
Cuando una madre, por ejemplo, dice que lo que está haciendo su hijo le pone de los nervios o que le está haciendo daño, no es un argumento de chantaje. Tiene una base de verdad. La situación le está desequilibrando. Otra cosa es que no tenga fundamento, o que no lo sepa gestionar.
Una tendencia que se aprecia en las últimas generaciones de padres es intentar camuflar esta contradicción, presentándose ante sus hijos como un amigo. Un padre o una madre es un ser querido, pero no es un amigo del instituto. Esta estrategia puede llegar a confundir y frustrar a los hijos.
Es importante la habilidad que adquieran las familias para saber gestionar las situaciones personales que atraviesen sus miembros.